Emociones
y mando... ¿son compatibles?
¿Cómo
nos tomamos lo que pasa a nuestro alrededor? ¿Nos influye más eso que
sucede que lo que tengo previsto hacer? Reconocer cómo usamos nuestras
emociones perturbadoras nos acerca a la identificación de qué aspectos
subyacen y ello a las posibilidades de cambio personal y aprendizaje.
Las
emociones son reacciones subjetivas a las percepciones del exterior (por
medio de nuestros sentidos) que nos preparan para tener una respuesta
ante esos factores ambientales, sean reacciones inmediatas o más
complejas que pueden transcurrir en un plazo de tiempo posterior. Estas
reacciones ante los estímulos exteriores, se suceden a una gran
velocidad según las personas, variando de unas personas a otras y
vienen acompañadas de cambios orgánicos (fisiológicos y endocrinos de
origen innato, aunque otras pueden llegar a adquirirse), cumpliendo una función adaptativa de nuestro organismo con
lo que nos rodea.
Personas
con una gran capacidad de percepción pueden recibir con mayor estímulo
que otras y ello generar una respuesta distinta. Nuestro cerebro traduce
los estímulos que percibimos del exterior y en base a nuestra forma de
interpretarlos, reaccionamos. ¿Cómo nos tomamos lo que pasa a nuestro
alrededor? ¿Nos influye más eso que sucede que lo que tengo previsto
hacer? Las emociones poseen unos componentes conductuales
particulares, que son la manera en que éstas se muestran externamente.
Estos son en cierta medida controlables, basados en el aprendizaje
familiar y cultural.
Las
emociones básicas no nos diferencian de los animales, sin embargo el
hombre ha construido derivados de ellas debido a su interacción social,
e incluso califica o descalifica mostrar o expresar algunas emociones en
ciertos contextos, hemos utilizado ese mismo sistema emocional de
defensa del entorno, para cuestiones intersubjetivas.
Durante
mucho tiempo las emociones han estado consideradas poco importantes y
siempre se le ha dado más relevancia a la parte más racional del ser
humano. Pero las emociones, al ser estados afectivos, indican estados
internos personales, motivaciones, deseos, necesidades e incluso
objetivos. Es preciso que seamos capaces de distinguir cuando nuestras
decisiones y reacciones corresponden más a una respuesta emocional y
subjetiva que meditada, contextualizada o pensada sistémicamente;
o bien, cuando estamos utilizando una determinada emoción perturbadora
como muleta (esta se distingue porque se recurre a ella habitualmente:
malhumor o tristeza como reacción habitual, por ejemplo). Reconocer cómo
usamos nuestras emociones perturbadoras nos acerca a la identificación
de qué aspectos subyacen y ello a las posibilidades de cambio personal
y aprendizaje.
Mientras
que las emociones entonces son un acto generado de forma menos
consciente y subjetiva, el mando no puede serlo, pues requiere clara
conciencia de la dirección de las acciones que toma o decide no
ejecutar. El mando requiere una contextualización demasiado compleja
para el sistema emocional, que es reduccionista porque sólo considera
unas pocas variables y que pueden ser incluso ajenas al asunto tratado.
Sin
embargo, la teoría no coincide con la práctica que observamos en la
interrelación personal. Normalmente, la emoción tiñe el
comportamiento, lo impregna, sería lo que podemos llamar estado de ánimo,
pudiendo obtener mejores resultados empleando la emoción adecuada a la
situación. Existen muchos conflictos producidos por comportamientos
desproporcionados o inadecuados que tienen lugar entre las personas a
causa de un uso inadecuado de sus emociones, o de las de los demás. ¿Son
entonces las actitudes los indicadores emocionales?
Ciertamente
si, incluso, cualquier incidente puede afectar a nuestra productividad
diaria o a nuestra eficiencia en el trabajo, si no tenemos la actitud idónea
ante los acontecimientos que pueden devenir. Existen sucesos importantes
que nos colocan en una emocionalidad que se manifestará en los
distintos ámbitos de nuestra actuación: en casa, en la oficina, con
los amigos…. Por ejemplo, cuando fallece alguien cercano a nosotros, o
cuando iniciamos un romance. Las emociones pueden ser modificadas y
también contagiadas. Por ejemplo, escuchar una música determinada, ver
una película de terror, ver llorar o reír…
El
mando requiere coordinar acciones con otras personas, siendo
imprescindible que sepa distinguir si el estado de ánimo o del grupo es
el apropiado para la acción proyectada. Si sabe cuál es, puede actuar
de forma diferente a como lo había planeado inicialmente. A un nivel básico,
va a condicionar la forma en que esa persona o grupo atienda o escuche
lo que se le dice. En vez de tener una conversación para coordinar
acciones, quizás tendrá una conversación o una reunión con el grupo para tratar acciones posibles, o una reunión para posibles
conversaciones o reuniones posteriores.
El
directivo que en el momento actual da valor a la empresa,
no se limita a imponer órdenes, tiene una excelente herramienta
para conducir su equipo hacia la sinergia y la motivación,
si sabe interactuar teniendo en cuenta las emociones propias y
ajenas, sabiendo gestionarlas y conducirlas hacia estados idóneos, pero
no basándose sólo en eso para buscar los mejores resultados. Podrá
establecer mejores relaciones con los demás y, en definitiva, ser más
efectivo. La emoción y el mando son compatibles solamente de esta
manera. La preparación adecuada, mediante programas actuales de
aprendizaje experiencial es posible.
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