¿Cuántas veces nos habremos encontrado con un compañero de trabajo que
es el confidente del jefe y se ocupa de cotillear toda la información
comprometida que obtiene de la vida de los demás buscando así una
promoción laboral? Seguramente, muchos de nosotros lo hemos vivido en
nuestro entorno laboral. Y es que ciertas formas de comunicación, así
como la forma en que se usa la información, señalan comportamientos que
están indicando algún trastorno o patología en las personas que así
operan.
Estos
comportamientos, de los que veremos algunos tipos, incluso son
aceptados o considerados adecuados, ya que se atribuyen a ciertos
estilos de liderazgo, o porque no hay quien los limite, en el caso de
que quienes los practiquen sean personas con cierto poder.
Los
tipos que describo tienen en común la inseguridad de las personas. En
algunos casos, temen la pérdida de su puesto de trabajo, cuando guardan
la información útil de forma suspicaz. También suelen evitar, en los
empleados a su cargo, la comunicación horizontal o restringen sus
responsabilidades, de forma que éstas queden muy fraccionadas. El mando
inseguro lo que también suele intentar es conseguir el control absoluto
de los resortes de todo el conjunto, para así considerarse necesario e
imprescindible, tanto en la organización a la que pertenece, como en su
área de responsabilidad.
Esto
suele darse en organigramas donde un sector de la empresa depende de un
único mando que tiene a su cargo un amplio número de empleados con
funciones variadas, separadas entre si y dependiendo únicamente del
“inseguro”. También, debido a su temor, suelen rechazar que compañeros
más jóvenes y bien preparados colaboren estrechamente con él.
Una
manera de evitar este tipo de situaciones es reorganizar la estructura,
dividiéndola por funciones en equipos y estableciendo que para
promocionarse se requiera haber formado a un sucesor procedente del
equipo.
El
catastrofista.
Este tipo de comportamiento se da en personas que transmiten
generalmente malas noticias sobre el presente o el futuro. Para ellos,
cualquier decisión provoca una hecatombe; todo lo establecido o lo que
se proponga, según su opinión, va a tener consecuencias desastrosas.
Normalmente, este tipo de personas no disfrutan de lo que hacen pues
actúan así de una forma no consciente, además de una actitud sufridora.
Este comportamiento puede darse en una persona que suela estar inquieta
o incómoda en su puesto de trabajo. Puede querer “llamar la atención”
aunque no lo reconozca de manera consciente. También puede ser fruto de
su propio descontento, sea por aburrimiento, falta de actividad, estado
de ánimo depresivo, o incluso el resultado de ocupar un puesto que
supera su capacidad.
En este
caso, para saber contrarrestar dicho comportamiento, habría que observar
de forma más concreta que causas lo originan. En términos generales, una
buena manera consiste en ignorar este comportamiento, no hablando ni
razonando con esta persona (salvo que esté malogrando el clima laboral,
en cuyo caso, nos basaremos en hechos específicos). Al principio, puede
que muestre cierta agitación por no poder “llamar la atención”, pero
luego ésta disminuirá y desaparecerá. Cuando la persona se muestre
tranquila o agradable, el trato conveniente es de amabilidad y atención,
siendo adecuado que todas las personas de su equipo o relacionadas
actúen de la misma manera. En el caso de que su comportamiento sea
producto de que le supera el puesto, cabría revisar sus funciones y
acomodarlas a un menor nivel de estrés o actividad donde pueda ser más
productivo.
El
destructivo. El
comportamiento destructivo ofrece normalmente una comunicación en la que
se presencia constantemente una agresión emocional, psicológica o
física. Suele quedar en evidencia el menosprecio hacia otras personas o
acciones. Puede darse el uso de algunos o bastantes de los siguientes
factores: los insultos, el control sobre aspectos económicos (castigos
económicos, como por ejemplo: no pagar unas comisiones a un comercial,
aún cuando ha llevado sus ventas a buen fin), críticas destructivas
sobre su persona o allegados (generalmente dicha crítica suele ser en
público), hacer gestos inadecuados para descalificarle o burlarse,
también podría darse algún tipo de “caricia” fuerte pero con mala
intención, pequeños empujones, etc.
Estas
personas al principio suelen parecer incluso seductoras o encantadoras y
poco a poco van mostrando su faceta más agresiva. También posteriormente
suelen arrepentirse y disculparse, pero repiten su patrón con el tiempo,
incluso de forma más feroz. Los destructivos suelen emplear como escudo
su autoridad para ejercerla de una forma incorrecta. El destructivo
es un tipo que también es frecuente encontrar en relaciones personales y
de pareja.
Suele
pasar que estas personas tuvieron un pasado en el que existió con
frecuencia algún tipo de abuso, acostumbrándose a él teniendo sin cubrir
las necesidades emocionales básicas, de forma que para ellas era un
trato normal dentro de su entorno. Por este motivo, aprendieron a
comportarse así y repiten lo vivido con quienes le rodean.
Estas
personas son muy corrosivas, pudiendo hacer mucho daño en una empresa.
Conviene hacerles un seguimiento exhaustivo de las acciones que realicen
y despedirles sin pena cuando se reúnan suficientes hechos concretos y
comprobables. Además de ser adecuado que estas personas siguieran un
nuevo aprendizaje de reeducación emocional.
El
boicoteador.
Este tipo de comportamiento del manejo de información es consciente e
intencionado. Además, hay un disfrute cuando comunica malas noticias,
sean reales o supuestas, ya que suelen deformar toda información y
difundirla por toda la organización. Son verdaderas “infecciones”
para las empresas, por lo que conviene neutralizarlos cuanto antes.
El boicoteador procura que el jefe no pueda imponer su criterio.
Suele comunicar con mala fe los aspectos negativos de cualquier acción,
propuesta posible o de otras personas sean colaterales o jefes. Lo que
intenta es anularlos.
Con
esta conducta, el boicoteador quiere evitar cambios de mejora o
dañar la imagen de quien trae el cambio. Está en contra del progreso de
la empresa, sea por despecho o con motivo posiblemente de una
expectativa de ascenso no conseguida, que él vive como algo que se le ha
arrebatado.
La
posible solución es observarlo de cerca, sin promocionarle y procurarse
de hechos concretos y demostrables para despedirle sin contemplaciones.
El
posesivo. Este
es otra muestra de conducta anormal en el trato de la información. Lo
que hace el posesivo es atesorar toda la información que cae en
sus manos, en las empresas, cortocircuitan los sistemas habituales de
transmisión de la información, para que no salga de ellos. Saben que la
información es poder, por lo que ellos creen tener ese poder al tener la
información. De esta manera, es habitual que retrasen su transmisión, o
que lo hagan parcialmente.
Este
comportamiento lo que muestra es la inseguridad del posesivo. Si tiene
poder, sus efectos para la empresa son nocivos, ya que consigue malograr
el esfuerzo de otras personas, entre otras cosas, para comunicarse en
tiempo y forma. No cumplen con los canales de información establecidos.
El posesivo exige que se le dé toda la información a él, con todo tipo
de detalles, pero no suelen corresponder. También suelen dar órdenes
taxativas (suelen ser muy tajantes) de lo que hay que hacer, pero no
para qué hay que hacerlo, de forma que sólo ellos lo sepan.
En este
caso, establecer un sistema rígido en la estructura de la red de
comunicación sería una forma de evitar al máximo que el posesivo la
cortocircuite. (El nombre y descripción de este tipo se basan en la obra
de Manuel Peña, 1.985)
El
delator. La
comunicación del delator va dirigida a personas de poder en la empresa,
a quienes trata de darle toda la información posible que es capaz de
obtener de las personas de su equipo, sean personales, sean cotilleos o
sean relacionadas con su trabajo, aunque normalmente están interesados
en delatar cualquier hecho relacionado con el incumplimiento de alguna
norma establecida en el grupo. Primero por satisfacer sus ansias de
comunicarla, luego pretendiendo conseguir poder. Con estos mensajes,
pretende ser promocionado. Suele estar al tanto de toda la información
sobre la vida y actos de sus compañeros para obtener aquella que pueda
comprometerles. Acostumbra a justificar su conducta creyéndose que de
esta manera participa de la confidencialidad y complicidad de la
empresa, para que ésta le valore por ello.
Los
compañeros de equipo suelen repudiar y rechazar a estas personas
clasificadas normalmente de chivatos, ya que tarde o temprano termina
por descubrirse al delator.
Como
posible solución al comportamiento del delator, no es
recomendable aplicar la frase de Julio César: “Ama la traición y odia al
traidor”, de hecho, no suele hacerse en las organizaciones. Podemos
decir que va a depender de la escala de valores de la empresa, pero
normalmente se crea desconfianza en el grupo hacia los mandos que
utilizan la información dañando la colaboración futura y el clima
laboral. Hoy en día, no suele ser necesario que las empresas necesiten
este tipo de conductas.
En
definitiva, si cuando la comunicación es eficaz nos hace productivos y
eficientes, cuando no lo es, no solamente somos menos productivos, sino
que estamos delante de personas que muestran patologías en su forma
inadecuada de comunicación; a veces, de aspectos auténticamente
psicópatas, que dañan a todos los que le rodean.