Hemos aprendido que la responsabilidad es
un valor preciado. Tener la capacidad de actuar de forma responsable
garantiza el cumplimiento de las acciones, independientemente de cuánto
esfuerzo o dedicación requieran. Podemos decir que la responsabilidad es
la capacidad de cumplir con nuestros deberes y obligaciones, sea desde
nuestra libre decisión de asumir las consecuencias de nuestros actos o
desde la obligación en la que incurrimos al hacernos cargo de la
aceptación de normas o acuerdos.
Inicialmente, nadie que tenga una mente
con sano juicio va a considerar que el sentimiento de culpa le
beneficia. Aún más raro, es que una persona crea que lo que hace muchas
veces esconde dicho sentimiento. Pero, es que normalmente cuando la
culpa está detrás de nuestras acciones no somos conscientes de ella.
¿Qué sucedería si pensamos que en lugar de culpa, lo que nos mueve en
ciertas situaciones es su importancia o nuestra responsabilidad? El ego
pocas veces nos muestra la culpa, sino que la disfraza haciéndonos
sentir importantes o responsables cuando hacemos algunas cosas
convenciéndonos para hacerlas.
Imaginemos un caso práctico, y muy común,
de una relación con otra persona que solamente acude a nosotros cuando
necesita que seamos su paño de lágrimas. Esa persona nos cuenta sus
quejas, es una víctima constante de la vida, una especie de mártir que
nos expone lo difícil que le resulta superar su situación. ¿La
escuchamos? ¿Hemos sentido alguna vez cómo se desgasta nuestra energía
al hacerlo y sin embargo seguimos escuchando? Cuando esa persona termina
su exposición, nos da las gracias por lo bien que se ha sentido al
hablarnos y hasta otra. ¿Cómo se queda uno después de eso? ¿Para qué la
atendemos una y otra vez escuchando su repetitiva historia? Es posible
que creamos que la ayudamos al escucharla, que nos necesita, incluso que
nos consideremos importantes por el hecho de que esa persona haya
acudido a nosotros buscando un consejo (que nunca va a seguir).
A pesar de que esta relación no nos
resulta favorable, seguimos teniéndola. Permitir esa relación es
permitir a nuestra culpa que actúe, que sea la culpa la que controle.
Seguramente, no es eso lo que queremos. Lo que queremos es no estar
condicionados, sino ser libres. Preguntémonos si somos responsables de
las desdichas de esa persona, si esta persona está interesada en
ayudarse a sí misma, si realmente quiere organizar su vida para evitar
los mismos conflictos de siempre, si notamos cierto “disfrute” de las
situaciones de las que no quiere salir.
Si nos respondemos a estas preguntas de
forma sincera, seguramente vamos a comprender mejor lo que sucede. Tal
vez, nos vamos a dar cuenta de que en realidad estamos interfiriendo
desfavorablemente en su vida, ya que tal vez al escucharla estamos
privándola de una oportunidad de aprendizaje y autorresponsabilidad.
Si en el caso anterior nos cuesta decir
“basta” o “no voy a seguir más este rol” es porque la culpa está
actuando detrás del sentimiento de que somos importantes para esta
persona. Liberándonos de la culpa ayudamos a que otros sean responsables
de sus propios actos y de su vida. Si nos cuesta decir “no” en general,
seguramente la culpa nos lo impide de forma no consciente.
A veces en nuestro trabajo no delegamos,
creyendo que es porque somos responsables y queremos hacer las cosas
bien. Porque no confiamos en que nadie lo haga tan bien como nosotros lo
hacemos. Pero podemos formar a una persona en la que delegar. ¿Entonces
por qué preferimos agotarnos en tareas que pueden hacer otras personas?
Muchas veces es porque creemos que al hacerlo somos responsables por un
lado, que es nuestra obligación hacerlo para cumplir adecuadamente con
nuestra función. Conozco personas, por no decir que yo misma me he visto
en circunstancias parecidas, que no han delegado su trabajo, incluso a
causa de una enfermedad o una operación necesaria para restablecer su
salud. ¿Acaso no sabemos que en dichas circunstancias es mejor cuidarse?
¿Nos sentimos mal por no acudir como sea al trabajo y rendir como si
nada nos ocurriera? En este caso, de nuevo la culpa nos está
controlando. El sentido de la responsabilidad incorrecto puede hacernos
responsables cuando no lo somos.
Cuando tengamos pensamientos del tipo:
“debería haber hecho esto” o “debería hacer aquello” hagamos un correcto
análisis interno, veamos si dicho pensamiento corresponde a una elección
libre basada en “querer hacer” o en una decisión condicionada por
presiones familiares, sociales o religiosas. El condicionamiento es
frecuente cuando se trata de tomar decisiones de carrera, por ejemplo.
Se está diciendo en el mundo empresarial
que la innovación es necesaria en el actual contexto dinámico. Esto
implica ser capaces de tolerar el error; sin embargo, las cerradas
culturas corporativas no permiten el error, lo cuál conecta con el
sentimiento de culpabilidad de las personas, amplificándolo. Esto puede
reforzar que la culpa sea doblemente la controladora de las acciones de
las personas, inmovilizándolas por un lado, por el propio sentimiento de
culpabilidad ante al error y, por otro, por su temor al “castigo”
(represalias, broncas, no promoción etc.) por parte de la empresa.
La
responsabilidad es necesaria para obtener resultados extraordinarios,
por ello da cabida al ensayo y al error. Equivocarse nos ofrece la
oportunidad de crecer e ir aprendiendo de nuestros errores para evitar
repetir los mismos. Al aprender del error aumenta la conciencia que
tenemos sobre las cosas, como consecuencia evitaremos repetir los mismos
errores, pero además podemos mejorar el proceso de búsqueda de nuevas
posibilidades, con lo que aumentamos nuestra creatividad y efectividad.
Hay que darse cuenta cuántas veces una empresa pierde oportunidades de
crecimiento por no analizar adecuadamente los errores de sus empleados,
utilizando políticas sancionadoras -fomentando el sentimiento de culpa-,
en lugar de usar políticas constructivas, reparadoras, e incluso de
apoyo a los empleados, que muchas veces se equivocan, no por fallo
humano, sino por fallo del sistema -fomentando la responsabilidad de las
personas-.