Todas las variables deberían ser contenidas en un enfoque global. Nos
damos cuenta de que hay mucho conocimiento pero que este suele ser
desarrollado sectorialmente y sin tener en cuenta a otras áreas que, a
lo mejor, tratan esas mismas disciplinas con otra perspectiva. Esto
conduce a visiones del mundo muy diversas y a veces difíciles de
integrar. Tal vez, estas visiones son muy especializadas, tanto que
llegan a ser sesgadas. Por ello, y porque cada día la cantidad de
conocimiento es mayor, es preciso que pueda realizarse una labor de
integración para comprender las cosas con una perspectiva más amplia,
que nos permita comprender la complejidad, convirtiéndonos en
observadores primero, para luego obtener de ello nuevos enfoques.
Sea en el ámbito
personal o profesional, es una constante que se cumple siempre, con
frecuencia, en nuestro día a día, inevitablemente, ya que estamos
rodeados de personas con las que interactuamos, porque por
independientes u autónomos que seamos necesitamos algo de los demás.
En algún determinado
contexto somos dependientes, unos tienen aquello que podemos necesitar,
de igual manera que otros pueden carecer de algo que nosotros podemos
brindar. Sin embargo, muchas veces no somos conscientes de la
importancia de esto y merece detenerse a reflexionar sobre ello, para
estar atentos a las posibilidades a las que podemos optar, y mejorar
nuestra comunicación para una correcta coordinación de acciones.
Como seres sociales que
somos, estamos en constante comunicación con los demás. Esta
comunicación encierra un motivo, siempre es así, aunque unas veces sea
explícito y otras tácito. En cualquier caso, mediante nuestra
comunicación intercambiamos información, pero también declaramos metas u
objetivos (motivos) o la manifestación de nuestras inquietudes, y al
participarlas a los demás se crea un contexto en el que es posible
articular peticiones u ofertas que reúnan ciertas condiciones de
satisfacción, en un trasfondo de sinceridad mediante el cual se llegue a
un compromiso de acciones futuras. Cuanto más explícitos seamos mejores
resultados obtendremos. Hacer peticiones y ofertas es generar acciones a
futuro.
¿Eres de los que se
atreven a realizar peticiones?
Hacer una petición expone a quien la realiza, pero a cambio, el
manifestarla le puede permitir obtener la colaboración que precisa.
Muchos no se atreven, porque se frustran con un “no” como respuesta
perdiendo oportunidades. A veces, consideramos que algunas personas no
paran de pedir y esto nos incomoda, pero en realidad, lo que pasa es que
no nos atrevemos a denegar una petición, con el consiguiente compromiso
a algo que no deseamos. En este caso, esto delataría una falta de
asertividad y puede convertirnos en un instrumento de uso en personas
dominantes que sacarán partido e incluso abuso de ello.
¿Realizas ofertas o
deseas hacerlas y no te atreves?
Por otro lado, la oferta nace de una voluntad de servicio y hacerlo
exige sentirse valioso, hacerlo es dar posibilidades a otros; negarse a
hacerlas es perder algo que nunca llegaremos a hacer. Algunas personas
con un bajo autoconcepto no las realizan, piensan que de esta manea no
pueden perder nada, ya que existe el riesgo de que sea rechazada, pero
cuando esto suceda, consideremos que no es a nosotros a quien se rechaza
sino a la oferta, o a alguna de las condiciones de la misma.
Las posibles respuestas
a nuestras peticiones u ofertas son: aceptar, declinar, posponer la
propuesta, contra-ofrecer. El camino hasta obtener la respuesta que
conlleve al acuerdo puede requerir de negociación, para concretar: qué
vamos a hacer, cómo vamos a hacerlo, y cuándo se va a hacer. Una vez
están pactados estos puntos, si conseguimos el “si”, entonces hemos
generado una “promesa” firme.
La promesa expresa una
intención de generar acciones y el compromiso de hacer que el futuro
concuerde con tales palabras. El compromiso no es una obligación, pero
el no cumplir con él puede dañar nuestra imagen pública, puede hacer que
se pierda la confianza en nosotros y esto nos puede cerrar puertas en el
futuro. Una promesa queda limitada a lo explícito de la misma, formulada
de forma tan clara como una petición, con la responsabilidad de quien
promete. Las expectativas de quien recibe la promesa deben coincidir con
lo pactado de forma implícita, pues si van más allá no están siendo
realistas.
Cuando se llega al
periodo de ejecución de la promesa puede ser que todo funcione según lo
previsto, o bien: pueden aparecer dificultades para cumplirla. Esto
puede requerir que se tenga que volver a negociar el plazo de entrega, o
alguna otra condición previamente establecida. Es fundamental que de
preverse o producirse estos cambios se comuniquen inmediatamente para
volver a obtener una nueva declaración de aceptación. Insisto en que la
experiencia afirma que no siempre se cumple lo pactado con la
consiguiente queja y deterioro de las relaciones. No tanto por el hecho
en sí de que aparezcan dificultades, sino porque éstas no suelen ser
comunicadas ni a tiempo ni con la forma adecuada. Este es el factor que
más interviene en el daño a la confianza, lo que tiene mayores efectos
negativos en nuestra imagen pública.
¿Indagamos los daños que
producimos y ofrecemos una reparación cuando no cumplimos? ¿Reconocemos
nuestros compromisos? ¿Ofrecemos las explicaciones oportunas? Podemos
realizar una disculpa productiva, que nos puede permitir volver a
negociar un nuevo compromiso si las respuestas a las preguntas
anteriores son afirmativas, sobretodo, si somos capaces de obtener un
aprendizaje de la experiencia tras la evaluación de los acontecimientos,
para evitar que puedan suceder la próxima vez.
La rotura del ciclo de
la coordinación de nuestras acciones genera desconfianza,
desorganización, resentimiento y erosión de las relaciones.