En general, está muy extendida ya en la
formación dirigida a las empresas el ahondar en temas de liderazgo, con
la idea de que se obtenga una visión lo suficientemente amplia sobre el
arte de influir en los demás, generalmente equipos de
trabajo, para poderlos dirigir hacia la consecución de sus
mejores resultados, mediante el control y con una posición
que le otorga autoridad o poder (derecho a dirigir,
dentro de unos límites establecidos), sea éste previamente dado por
la organización o reconocido por el grupo. Algunas propuestas consisten
en estudiar las características de la personalidad y del estilo del
líder, así como de sus habilidades en la gestión de personas. A veces,
se consiguen auténticos monigotes, personas vacías ejercitando o
imitando aquellos modelos considerados “brillantes” o excepcionales, con
comportamientos de manual, pero que en la práctica consiguen el efecto
contrario al que se propusieron; son faltos de autenticidad, o se
consiguen “manipuladores” que miran más por una apuesta de liderazgo
narcisista y en lugar de colaborar tan sólo utilizan a quienes le
rodean. Es un hecho. Pocos realmente consiguen un liderazgo efectivo si
se basan en estos manuales.
Recientemente se está empezando a valorar
que uno de los principales aspectos de las marcas y de las empresas,
consiste en el funcionamiento colectivo de sus líderes: políticas,
estilos, prácticas, mecanismos, etc., aunque, tal vez, este liderazgo
organizacional deba extenderse, no sólo a los mandos, sino a todos los
empleados y puede que, incluso, a los colaboradores externos. Esta
visión sistémica de liderazgo es opuesta a la visión tradicional
jerarquizada, es un enfoque de un nuevo management, que propone que cada
miembro de la organización sea capaz de autoliderarse.
Para poder liderar los demás, primero hay
que aprender a autoliderarse. ¿Qué es autoliderazgo? La respuesta
es descubrirse a uno mismo para después diseñarse y construirse.
Conocerse y ser capaz de interactuar con uno mismo, librarse de las
propias limitaciones y ejercitarse en las capacidades. Eliminar lastres,
esquemas y fundamentalismos de aprendizajes incorrectos. Aprender a
reconocer los propios errores a aprender de ellos. En definitiva,
aprender a pulsarse y a sentir en la propia mente y en la carne lo que
es vivir un proceso de cambio y conseguirlo. El convencerse a uno mismo
cuando así sea necesario, la disciplina que parte de una clara
consciencia de no mermar los intentos hasta integrar nuevas formas de
pensar y de hacer, hasta obtener nuevos enfoques sobre nuestras
creencias. Aprender a comprender nuestras emociones e intervenir en
ellas. Llevar las riendas de nuestra propia vida. Obtener una visión
amplia y sistémica del mundo, de los demás y uno mismo que no sea
definitiva, sino revisable y actualizable.
La persona tiene el poder y la
legitimidad de dirigir su propia vida hacia sus metas, tomando el
control de sus decisiones y consecuencias (responsabilidad), con
una correcta interactuación emocional, donde la influencia parte
de su visión amplia o sistémica de las cosas.
Cuando esto sucede, nuestro entorno lo
percibe, se da cuenta de que hemos cambiado. La satisfacción personal
que produce cada uno de los logros que se consiguen, llena de confianza
y nuevas energías el ser, y se mantendrá estable sustituyendo lo que
antes podía ser ansiedad, por un estado de serenidad. El autoliderazgo
empodera y capacita a la persona para comprender mejor los mecanismos y
motivaciones de los demás, ya que lo ha experimentado en sí mismo.
En el momento actual, donde aparecen
nuevos paradigmas y donde las oportunidades de la realidad abren la
puerta a nuevas posibilidades, e incluso a la incertidumbre, es
conveniente que todas las personas, no sólo a nivel profesional sino
también privado, incluyan en su aprendizaje el autoliderazgo como uno de
los aspectos fundamentales para ser efectivo en cualquier dimensión de
su vida.