En las
empresas suele estar habilitado un canal de recepción de los reclamos o
quejas que los clientes externos expresan a la organización. Suelen ser
causadas por el incumplimiento de algún requisito y requieren de una
acción reparadora de la empresa para recuperar la satisfacción del
cliente. La queja o reclamo productivo requiere de una acción, en este
caso sería la tramitación o gestión de forma expresa por parte del
cliente a la empresa proveedora del producto o servicio, con el detalle
claro y preciso del incumplimiento que origina su insatisfacción. Cabe
señalar que el no estar conformes con algo no necesariamente es una
queja, igual que el sugerir algo tampoco lo es. Las quejas productivas
son las que incitan a una acción reparadora ya que ha habido
incumplimiento de un requisito.
Si
cotejamos el procedimiento que seguimos ante nuestras quejas, en el
ámbito personal y de nuestras relaciones, observaremos que muchas veces
éste carece de la acción que convierte la queja en una queja productiva
y que puede transformarse en victimismo. Tampoco solemos tener
habilitado “nuestro canal de recepción de quejas” ya que a veces
incumplimos con los demás y no sabemos cómo comportarnos
consecuentemente cuando nos las expresan.
En el
ámbito de nuestras relaciones, sean familiares, conocidos, amigos,
pareja o compañeros de trabajo, no estamos exentos de que sucedan
situaciones que nos produzcan insatisfacción o incluso daño por nuestra
causa o por la de los demás; si bien, por un lado no siempre se comunica
o expresa y, por otro lado, no siempre se repara el daño causado porque,
en general, suele recurrirse tan sólo a una disculpa pero no a una
acción reparadora posterior que conlleve a una solución satisfactoria
que restablezca el posible deterioro de la relación.
En el
ámbito personal, el método empleado para resolver insatisfacciones
creadas por uno mismo aún suele ser peor, por no decir, que no suele
existir ningún método en general. La queja de aquello que nos produce
malestar solemos hacerla a quienes nos rodean, pero no solemos pasar a
la acción para resolverla. Muchas veces, le damos vueltas en la cabeza
una y otra vez, tal vez esperando que se resuelva sólo o que el destino
y la vida sean quienes lo solucionen, o incluso para quienes son
“creyentes”, esperan que sea una divinidad la que, gracias a su poder y
a que creen que está a su servicio para todo, les haga merecedores de
una solución milagrosa.
Cuando
no se realizan acciones para resolver aquello de lo que nos quejamos,
estamos siendo esclavos del victimismo. Un victimismo autoimpuesto. El
victimismo que hace que pongamos excusas para no hacer lo que debemos
hacer. Es una actitud cómoda, y más que una actitud, incluso para
muchos, es una forma de vida. Ser la víctima de lo que pasa es no
adoptar la responsabilidad de hacer y de reparar, con la consecuencia de
no ser dueños de la propia vida, de dejar que sólo las circunstancias o
los demás se ocupen de nosotros.
La queja
improductiva es dañina. Pensemos cuantas veces no estamos quejándonos
productivamente ante instituciones y organismos que incumplen nuestros
derechos o los requisitos que muchas veces ellos mismos imponen, o que
cometen abusos. Con ese comportamiento no contribuimos con nuestra
responsabilidad ciudadana o social a mejorar la sociedad.
¿Cómo
pasar del victimismo a la acción reparadora?
Podemos
trazarnos un plan de acción para ello, que consista en no permanecer
mucho tiempo ante la queja y en ver que nos haría falta para recuperar
la satisfacción. Se trata de considerar qué podemos hacer al respecto,
qué nos hace falta para poder hacerlo y planificar las acciones que sean
necesarias realizar. Estas acciones programarlas paso a paso y a nuestro
ritmo, como dice el refrán: “sin prisas pero sin pausas”. Incluso
estaría bien, tener ayuda de otra persona de confianza para que nos
“acompañe” en el proceso, a la que podamos comunicar nuestros progresos
en el asunto que estemos resolviendo.
Hemos
heredado una cultura que ha promovido el victimismo, el sufrimiento y la
queja improductiva. Existen muchas creencias todavía de que las cosas
suceden sin que nosotros intervengamos en ello. Esto nos ha alejado de
nosotros mismos, de nuestros recursos, nuestras capacidades e incluso de
nuestros derechos legítimos, además de fomentar la creencia, muy
extendida, de que “no podemos” hacer muchas cosas. No se nos enseñó a
ser introspectivos, a conocernos mejor, ni a asumir la responsabilidad
de nuestra propia vida.
Mi
experiencia con personas, en las que he participado como catalizadora de
sus procesos de cambio, demuestra lo erróneo de dichas creencias, el
daño que producen y, en contrapartida, la satisfacción que ellas
obtienen al desprenderse de ellas cambiando comportamientos que la
limitaban e incluso les aportaban sufrimiento.
Si hay
cosas que nos producen insatisfacción y provienen de nuestros
comportamientos y actitudes, podemos iniciar acciones y salir de la
queja. Si alguien incumple un acuerdo o requisito con nosotros, podemos
expresárselo de forma explícita, relatando los hechos de la forma más
clara posible. Si somos nosotros quienes por alguna acción u omisión
causamos una queja, podemos pedir disculpas y además encontrar una
acción reparadora que restablezca la relación.
La queja
productiva contribuye a la libertad y mejora personal, de nuestras
relaciones y de las bases de una sociedad más respetuosa, responsable y
satisfactoria para todos.