El miedo es una respuesta fisiológica de protección que se produce
ante una amenaza a nuestra supervivencia. Actualmente, en términos
cotidianos, nos referimos al miedo cuando sentimos amenazas de
cualquier tipo, que aún sin ser amenazas a la supervivencia las
vivimos como tal. La cultura nos ha trasmitido unos estándares, de
comportamiento y pensamiento, que conforman un punto de referencia
a la hora de valorar nuestros resultados ante una posible
situación. Si creemos que esos resultados no van a ser los
esperados por nosotros o por los demás, muchas veces en lugar de
acudir a posibles soluciones, acudimos a magnificar las incógnitas
transformándolas en obstáculos que acaban convirtiéndose en
teóricas amenazas. Si no hacemos algo al respecto, mantener estas
amenazas nos conduce al estrés. El miedo es sabido que paraliza.
El miedo se interpone entre nuestras ideas y nuestras acciones. El
miedo no permite la innovación.
No hay mejor forma de boicotear el talento que paralizarlo.
Existen muchas maneras de paralizar el talento. Unas veces lo
paralizamos nosotros mismos, sobre todo si tenemos una creencia
principal de nosotros mismos:
“no puedo…” Es la peor de
las creencias, pues ésta se confunde con otra que tiene mejor
solución:
“no sé…”
“No saber algo”
significa que hemos detectado un aspecto que podemos cambiar, pues
sabemos que podemos aprender, pero
“no poder hacer
algo” puede estar relacionado con un autoconcepto
erróneo, con múltiples
excusas que aniquilan y abortan cualquier acción que nos permita
“hacer algo” lo que
podemos relacionar con falta de compromiso; o bien, también puede
deberse a un cúmulo de experiencias que frustraron nuestras
motivaciones produciendo miedo a repetirlas.
En el mundo empresarial, existen normas de actuación que pueden
limitar el talento. (Véase: “Factores que dificultan la expresión
del talento” en mi artículo “El talento una solución a la inercia”
C. Fiestas, 10-1-2011). A base de haber obtenido refuerzos
negativos, cuando hemos aportado ideas o acciones innovadoras,
nuestra experiencia nos pone en guardia cuando tenemos la
oportunidad de mostrar nuestro talento una vez más. En
consecuencia, hemos aprendido a no hacerlo y adoptamos la creencia
de que “no podemos…” (Léase acerca del aprendizaje condicionado de Ivan
Petrovich Pavlov).
Si detectamos que el miedo suele ser una muleta que empleamos
habitualmente para hacernos cargo de las cosas, es conveniente
emplear más el realismo y no caer en la propia infravaloración.
Afortunadamente, igual que pudo haberse aprendido a tener miedo de
mostrar el propio talento existe la forma para dejar de tenerlo. A
veces, es conveniente en primer lugar alejarse de quienes
favorecen un refuerzo negativo a nuestras acciones, después volver
a “empoderarse”, revisando las situaciones en las que sí pudimos
hacer las cosas, en las que el aprendizaje nos proporcionó los
recursos que necesitábamos para saber hacer las cosas y para
querer hacerlas, así como que cada error que cometemos nos acerca
más al acierto.
Aprender, premiarse, apreciarse, empoderarse y atreverse
son los aspectos que pueden hacernos más fácil y agradable cada
paso que demos hacia el mundo de las posibilidades.