Lo que nos
sucede es lo que ya está ocurriendo, con nuestra actitud
elegimos como va a ser el futuro de dicho suceso, si vamos a
abordarlo como una oportunidad en la que las posibilidades
tengan consecuencias favorables y constructivas (todos ganamos),
o bien, si lo abordamos desde el descontrol emocional, la
frustración, la ansiedad, el victimismo, la evitación y, por
tanto, donde las posibilidades que elegimos van en contra de
nosotros (todos perdemos).
Las
actitudes que tomamos son un pilar clave porque van a incidir
directamente en los resultados.
¿Qué es la actitud?
Diversos
autores han aportado distintas definiciones, siento las más
completas aquellas que contemplan el componente cognitivo, el
afectivo y el conductual en su formación, como por ejemplo las
siguientes:
Floyd Allport:
“Una actitud es una disposición mental y neurológica, que se
organiza a partir de la experiencia que ejerce una influencia
directriz o dinámica sobre las reacciones del individuo respecto
de todos los objetos y a todas las situaciones que les
corresponden”.
Rodríguez definió la actitud como una organización
duradera de creencias y cogniciones en general, dotada de una
carga afectiva a favor o en contra de un objeto definido, que
predispone a una acción coherente con las cogniciones y afectos
relativos a dicho objeto.
C. Fiestas: “Un estado de disposición mental que
influye en nuestra forma de responder a las circunstancias de la
vida. Depende de la forma en que aprendimos a ver las cosas.
Evaluamos la situación más por la opinión que tenemos sobre los
hechos, que por la realidad de los hechos mismos”. (Carmen
Fiestas: Conferencia Día Internacional de la Mujer 8 de marzo de
2009, Auditorio de Novartis en Barcelona.)
Es importante que adoptemos actitudes constructivas y resilientes*
(*Resiliencia: capacidad de una persona para sobreponerse
ante una situación adversa), ya que éstas no solamente
influyen en los resultados sino también en nuestro equilibrio
racional y emocional.
También la asertividad y la autoestima nos ayudarán a adoptar las
actitudes mencionadas porque están relacionadas con la forma de
comunicar lo que nos pasa haciendo uso de nuestros derechos,
respetando nuestros intereses así como los intereses de los
demás, desde un estado interior de autoconfianza.
Existen actitudes que nos limitan, así como condicionantes
culturales que predisponen negativamente, como por ejemplo: la
“cultura del sufrimiento”, creencias basadas en el dolor y el
sufrimiento como forma de aprendizaje en la vida, autoexigencia
elevada, ser una víctima, sentir apego al pasado, no confiar en
uno mismo… en definitiva frustrarse, no hacer nada.
¿Qué puede hacer una persona para ser resiliente?
Aceptar la situación: La situación no va a cambiar, pero
nosotros si podemos cambiar, revisando nuestros valores y
creencias. Ser realista con las nuevas limitaciones del
acontecimiento.
Adaptarse a ella: Crear hábitos biopsicosociales
(corporales, mentales y sociales) pertinentes. Por ejemplo:
hacer ejercicio, dieta sana, delegar algunas tareas habituales,
nuevos horarios…
Ser proactivo para buscar nuevas posibilidades: Dando pasos
a favor de las nuevas necesidades. Por ejemplo, cambiar de
trabajo o de planes, tener iniciativas, cambiar nuestras
relaciones, no seguir repitiendo un patrón de comportamiento que
sabemos que no funciona…
Ser flexible y tolerante: Tampoco todo lo conseguido hasta
hoy tiene que perecer o ser destituido.
Gestionar el tiempo: Ser capaces de cambiar la forma en que
empleamos nuestro tiempo, ya que la situación ha cambiado no
podemos regirnos por el orden y prioridades de antes.
Sentido del humor: Dentro de cualquier circunstancia, por
dura que sea, podemos sustraerle dramatismo a las cosas.
Restarle sensiblería y exageración.
En la actualidad tenemos suficiente información fidedigna y
científica para aprender de ella cómo actuar preventivamente y
no tras hechos consumados, lo cual nos aventaja para obtener
acierto en nuestras actuaciones. Nunca es tarde para empezar a
vivir disfrutando de cada cosa que hacemos.