Es común que en algún momento de nuestra vida, con
frecuencia, nos veamos obligados a enfrentarnos a algún problema
de orden mayor, a veces inesperado, a veces consecuencia de
nuestras acciones. Este artículo quiere indagar en aquellos
aspectos que van a orientarnos no sólo a la solución del mismo,
cuestión que ha sido abordada en la literatura empresarial
dedicada al liderazgo o la autoayuda, sino sobretodo, a obtener
una comprensión de lo que es el problema en sí mismo.
Un problema es el suceso que nos obliga a actuar para que
no empeore la situación y que por traspasar nuestro umbral de
conocimiento sobre las acciones que lo van a resolver convierte al
suceso en problema. No obstante lo anterior, el problema nos está
indicando que algo debemos cambiar. La inacción no nos acerca a la
solución, y las acciones erróneas nos distancian de la misma y
complican el problema.
Por ello, el problema podemos enfocarlo como una
oportunidad de cambiar algo que falla, como una oportunidad por lo
tanto de aprender acerca de aquello que nos sucede y que
desconocíamos. Podemos verlo como un reto que nos insta, que nos
reclama a ocuparnos de él sin pérdida de tiempo.
Para enfocarnos correctamente a la solución del problema es
imprescindible saber contextualizar y medir el alcance del mismo.
A quienes, aparte de nosotros, afecta el problema y en qué medida.
Para contextualizarlo adecuadamente hemos de cerciorarnos que
hemos comprendido el suceso que nos afecta. ¿Qué es exactamente lo
que pasa? ¿Qué consecuencias tiene no abordarlo? ¿Qué conseguiré
al solucionarlo?
Vamos a suponer que la solución depende de nosotros en
primer lugar. En muchos casos, generalmente, lo primero que puede
aparecer es un quebradero de cabeza, nerviosismo, tensión, todo
ello porque el problema nos crea la incertidumbre que nos obliga a
salir de nuestra zona de confort (seguridad); lo cuál puede
hacernos dudar de nuestra capacidad para resolverlo, pero no hemos
de equivocarnos en esto. Generalmente, nuestro organismo reacciona
ante el problema porque en realidad lo prepara para la “lucha o
defensa”, está activando nuestro sistema nervioso central (SNC)
con la finalidad de activarnos hacia la acción. Lo que en otros
tiempos servía para enfrentarnos a nuestros depredadores hoy
responde a otro tipo de amenazas, como pueden ser los problemas.
Por ello, no consideremos la reacción de nuestro organismo
como una patología, sino como una activación necesaria para ser
más eficaces ante la búsqueda de una solución. Lo primordial sería
conseguir una activación intermedia, que es donde, tras varios
experimentos científicos contrastados, se ha demostrado que
obtenemos el mayor rendimiento. Si nos activamos excesivamente
nuestro rendimiento disminuye o incluso podemos llegar al bloqueo.
Es importante manejarse teniendo cierto autocontrol.
Otro aspecto importante para la resolución del problema
sería tener en cuenta que a veces las soluciones pueden ser
sencillas y no complejas. Hemos de intentar encontrar una
aplicación fácil de la solución y no una solución compleja. Por
ello, si hemos entendido bien el problema, ya podemos dedicarnos a
focalizarnos en las posibilidades, pues generalmente encontraremos
diversas soluciones, y elegir las que son de más fácil
implementación.
Antes formulé la pregunta: “¿Qué conseguiré al
solucionarlo?”. La respuesta a esta pregunta es la que contiene el
grado de motivación que va a impulsarnos a dar con la solución, es
la que nos va a “empoderar”, es nuestro objetivo o meta, por lo
tanto hemos de intentar responderla de la manera más amplia
posible, profundizando en ella.
No olvidemos los costes de la solución, tal vez, para
nosotros la solución mejor tiene un bajo coste y uno elevado para
los demás. En este caso, podrían aparecer problemas derivados de
los demás por no ser una buena solución para ellos, es decir,
porque nuestra solución les perjudica. Por lo tanto, hemos de
considerar las consecuencias propias y ajenas al elegir la
solución.
La fase en la que diagnosticamos el problema, suele
llevarnos directamente a la posible solución. Ya que hemos visto
que el problema requiere de nuestra intervención para que no
empeore la situación, nunca es una buena decisión, aunque creamos
no estar preparados para afrontarlo, la evitación de la actuación.
El victimismo, la cultura del sufrimiento, el creerse incapaz,
etc., llevan a la inacción, por lo tanto, suelen agravar el propio
problema inicial; entonces, lo mejor será reconocer que hemos
detectado un área en la que tenemos carencias de aprendizaje
concreto para dicho problema y subsanarlo aprendiendo.
A veces la urgencia a la que nos somete el problema puede
hacernos tomar decisiones no contrastadas, o maduras, por lo que
aunque la solución depende de nosotros puede ser una buena idea
someterla al cuestionamiento de terceras personas, incluyendo a
los posibles afectados, de modo que su aportación nos pueda llevar
a una solución mejor. También puede ser que la naturaleza del
problema requiera de una acción realmente urgente, previa a la
solución, con la finalidad de que el problema no siga creciendo,
para, posteriormente, con mayor espacio de tiempo y calma, dar con
la solución definitiva.
Para finalizar, la resolución de un problema además de
requerir una acción para que no empeoren las cosas puede servir
para mejorarlas, por lo que merece la pena esforzarnos en
comprender bien el problema, no solo para paliar sus efectos
nocivos sino para encontrar nuevas posibilidades de mejora.