Muchas veces tomamos decisiones o llegamos a conclusiones
sin poder explicar racionalmente qué argumentos racionales las
sustentan o cómo llegamos a ello, decimos que parten de una
sensación o sentimiento al que obedecemos. Incluso, para muchas
personas, es más auténtico o tiene más valor ese sentir que
cualquier ponderación efectuada de forma consciente y racional.
Incluso, hay quienes piensan que esa otra manera de decidir,
siguiendo un camino no consciente, es debido a que nuestras
sensaciones y emociones están separadas de nuestra mente y
ubicadas en el corazón, por tanto, de mayor valor para ellas.
Nuestro cerebro, desde el punto de vista cognitivo, es
capaz de trabajar a distintos niveles de consciencia. Unos
procesos mentales serían menos conscientes que otros, pero todos
ellos parten del conocimiento y experiencias adquiridos a lo largo
de nuestra vida. Si no parten del conocimiento adquirido parten
del instinto -pauta biológica heredada-, o de capacidades
adquiridas a lo largo de la evolución, como son los atajos
mentales (heurísticos) que nos capacitan para obtener juicios
rápidos, lo que redunda en la eficacia, aunque muchas veces
erróneos o sesgados si no se revisan (véase mi artículo “Esclavos
de errores fundamentales” publicado en
www.nuevomanagement.com
en Octubre, 2010). También sabemos que nuestro eficaz cerebro
organiza la información mediante esquemas y asociaciones
aprendidos en nuestra experiencia vital que componen nuestros
sentimientos que guían e intervienen en nuestros juicios.
Los procesos mentales que son más inconscientes y
automáticos no nos suponen esfuerzo y son los que intervienen en
nuestra intuición; a diferencia de la mente consciente o
explícita, racional, secuencial y discursiva, que si lo requiere.
Por lo tanto, cuando utilizamos la intuición también
estamos empleando un método de razonamiento, aunque no consciente,
que es conveniente verificar y revisar sosegadamente, igual que el
consciente, para conseguir un patrón de deducción óptimo o
correcto y no caer en el autoengaño. Por ejemplo, podemos no
reconocer algunos de nuestros prejuicios y entonces actuarían en
nuestra toma de decisiones, sea en la forma intuitiva o en la
forma racional.
Algunas personas son más certeras en sus intuiciones que
otras porque ya tienen un método de razonamiento correctamente
elaborado, aunque sea de forma no consciente, que hace que sus
deducciones sean correctas. Otras personas suelen tomar sus
decisiones de forma intuitiva porque les cuesta utilizar la
metodología formal de pensamiento. También es común encontrar
personas que tienen un conocimiento adquirido que no saben
verbalizar, pero saben aplicarlo. De alguna manera para ellas, la
comunicación, sea intrapersonal o interpersonal, resulta de
difícil manejo y ello puede redundar a que se basen en decisiones
intuitivas.
Usemos la intuición, o el razonamiento, si nuestros
esquemas y patrones mentales se revisan, si tenemos una visión
amplia de cómo son las cosas, si adquirimos conocimiento y si
tenemos autoconciencia o profundizamos en nuestro conocimiento
intrapersonal, también mejoraremos en la toma de decisiones
intuitiva en el sentido de que el resultado sea acertado, porque
estaremos sistematizando un correcto método de razonamiento.
En definitiva, aunque la intuición puede ser útil, eficaz y una
forma rápida de tomar decisiones es conveniente que no se
considere la misma como la única ni como la mejor herramienta.