En general, salir de nuestra zona de confort nos incomoda y para
hacerlo precisamos tener una motivación de mayor grado que el
grado de esfuerzo que nos va a suponer hacerlo.
La motivación es un proceso complejo que conviene conocer en
profundidad, pues es lo que guía la conducta del ser humano y, por
tanto, es un aspecto que forma parte de la misión que se propone
Nuevo Management,
-alineando los intereses de las personas, las empresas y la
sociedad en su conjunto-, por ello seguramente reincidiremos en el
tema en próximos artículos.
Hay aspectos que influyen directamente en el nivel de motivación
(activación, persistencia e intensidad), en la selección de la
dirección u objetivo de dicha motivación (cuantas menos opciones
posibles, menor dificultad para la selección) y en el modo que
estableceremos para alcanzar dicho objetivo. Todo ello, también se
diferencia cuando la motivación es interna (intrínseca) o externa
(extrínseca). Hasta inicios del siglo 20 no se comenzaron las
investigaciones científicas que aportaran una comprensión sobre lo
que motiva a los seres humanos, pero hoy en día se puede afirmar
con rotundidad que la mejor manera de entender la motivación
humana es analizar los distintos sistemas que la componen
(biológicos, aprendidos y cognitivos) y cómo éstos se
interrelacionan entre sí (Franken, 2002).
Uno de los motivos que influyen directamente en la resistencia al
cambio, incide precisamente en los sistemas que componen la
motivación, antes reseñados. Me refiero a esa otra energía o
esfuerzo que destinamos a asumir aquellas experiencias de gravedad
o dificultad mayor, sean del pasado reciente o lejano, en
diferentes grados. Esas experiencias que en su día irrumpieron
bruscamente en la vida, que no formaban parte de nuestras
expectativas, que quiebran lo esperado y nos llevan al shock, que
sobreactivan nuestro organismo manifestándose con una enfermedad,
estrés, angustia, miedo u otras emociones intensificadas, y con
una “rumiación” mental del tema constante o muy frecuente.
Actualmente, la crisis incide en que muchas personas vivan unas
duras consecuencias de situaciones provocadas por la misma; en su
futuro profesional: por la incertidumbre de futuros despidos,
cierres de empresa o parte de ellas, sea por no tener un empleo a
la vista, por no tener ingresos, etc. En la vida privada: por la
muerte del cónyuge, de familia o amigos, por las consecuencias de
un divorcio, por conflictos con hijos, ruina, violencia, etc. En
lo social: por la inestabilidad que provocan los partidos
corruptos, por exceso de burocracia, por falta de transparencia,
por falta del cumplimiento de la ley; por exclusión, por razones
de raza o género, etc. Por otro lado, experiencias menos duras
también lo pueden propiciar, sobre todo en personas emocionalmente
dependientes.
En una primera fase, la persona suele incurrir reiterativamente en
una pregunta, sin respuesta, del tipo:
“¿Cómo ha podido pasarme
esto a mí?”, en la que la emoción de sorpresa tarda en
desaparecer.
Las personas intrapunitivas (que se “culpan” a sí mismas), las de
un alto grado de autoexigencia, las muy responsables de sus actos,
en general, las personas que tienden al victimismo, o a la
exageración, pueden tener la tendencia a necesitar emplear más
tiempo que otras. En estos casos es conveniente encontrar recursos
que les permitan asumir y resolver cognitivamente el asunto, no
minimizándolo, sino ajustándose a la realidad de los hechos para
que su energía esté menos comprometida con el pasado y pueda ser
orientada a sus proyectos o metas.
Aunque estas situaciones mencionadas, y otras posibles, nos
debieran impulsar a querer un cambio, también hemos de considerar
que actúan como resistencia al mismo. Esto sucede porque es
necesario poder asumir lo que pasó, cerrando la página… ¡y el
libro!.
Hay una segunda fase de asimilación de la experiencia, muchas
veces tarda demasiado tiempo, incluso años.
Es una etapa en la que
nuestra mente sigue trabajando para resolverla, y para ello,
solemos repetir la escena visualizándola, a veces fragmentadamente
aparecen detalles que no habíamos analizado, que nuestra parte
subconsciente trae al consciente. Incluso, aunque realmente
hayamos resuelto el o los problemas derivados de esa experiencia,
nuestra mente sigue trabajando en su resolución interna. La mente
es más efectiva cuando no tiene contradicciones sino claridad,
cuando es flexible más que cuando es rígida. En esta fase,
recomiendo hacerse la pregunta:
¿Qué me hace falta para
estar tranquila?. Muchas veces la respuesta no es algo
material, sino relacionado con una actitud que mejore nuestra
conducta, el aprendizaje de un determinado comportamiento o una
acción concreta que, al realizarla, nos deja descansar tranquilos.
La tercera fase consiste en hacer lo que nos falta, obtener el
aprendizaje consecuente. Es como el broche que faltaba para cerrar
el tema, es como quitarse un peso de encima, es eliminar un
lastre, es hacer aquello que en conciencia está bien hecho.
Normalmente, la persona se dice a sí misma: ¡Qué tranquila me he
quedado!.
Permíteme que te invite a hacerlo, podrás ver como favorecerás el
aprendizaje a tu favor, así como la recuperación de energía que tu
mente, eficazmente, empleará en aumentar el nivel de tus
motivaciones, como dije al principio, para que éstas sean mayores
que el grado de esfuerzo que requiere realizar los cambios.