¿La
experiencia produce valor?
www.Javier Marzal.com,
1-04-2008.
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En
la mayoría de los casos la experiencia produce valor hasta una edad y
lo destruye desde otra. La realidad muestra que suele ser más valiosa
profesionalmente una persona a los 30 años que a los 40 años o más
edad. La excepción confirma la regla.
A
los 30 la persona es más abierta, constructiva y proactiva, se orienta
al cliente y a la innovación; por el contrario; a los 40 es reactiva,
su prioridad es conservar su puesto y el sistema –las reglas y la
jerarquía burocratizada-, perdiendo de vista al cliente y las
posibilidades, ofreciendo una gran resistencia a todo cambio e innovación.
¿Por
qué? porque la mayoría de las personas están
muy cerradas al crecimiento mental debido a una limitativa y errónea
educación centrada en lo que se debe pensar y en que los estudiantes no
tengan desventajas comparativas, es decir en un mínimo común
denominador. Este modelo servía para crear mano de obra técnicamente
cualificada que sabía “cómo hacer” las cosas pero no “qué
hacer” ya que se suponía que los innovadores ya lo habían definido
al crear las empresas. Sin embargo, en un entorno como el actual, donde
se acortan cada vez más rápido el ciclo de vida no sólo del producto
(bienes y servicios) sino también de los supuestos básicos, teorías
de empresa y de negocio, estrategias... las tecnocracias y burocracias,
así como las personas con pensamiento cerrado, se desposicionan en poco
tiempo.
Este
artículo trata sobre entornos y empresas dinámicas, situación en la
que todos los sectores y empresas, tarde o temprano (días, meses, años
o décadas) se encontrarán. La disminución del valor de la experiencia
se debe a varias razones. La primera y fundamental es que la mayoría de
las personas deciden –durante la adolescencia y la juventud- reducir
progresivamente su ámbito de aprendizaje, limitándolo a las áreas
imprescindibles para su subsistencia biológica y social.
Este
reduccionismo, producido por la ignorancia de un ego egocéntrico y una
cerrada influencia sociocultural, junto con el gran ritmo del cambio,
hace que el conocimiento acumulado en cualquier área cada día tenga
menos valor, llegando incluso a convertirse en una limitación si no se
posee la claridad mental para discernirlo, la flexibilidad para
recontextualizarlo y la apertura para aprender cosas nuevas que llenen
los huecos.
De
esta forma, incluso grandes especialistas –maestría técnica- dejan
de ser valiosos cuando la técnica o tecnología que tan bien conoce
desaparece. Por el contrario, las personas no reduccionistas, siguen
utilizando parte de esas competencias obsoletas para asimilarlas a
algunos aspectos de nuevas situaciones, aplicándolas para formar parte
erróneamente de nuevos contextos o nuevas actividades, procesos,
soluciones., etc.
Dicho
de otra forma, las escasas personas con un grado razonable de conciencia
de la realidad .claridad, apertura y flexibilidad mentales- aprovechan
toda su experiencia, construyendo valor a medida que ésta aumenta;
mientras que la mayoría, debido a su errónea visión de la realidad y
cerrazón mental, malinterpretan su experiencia utilizándola
principalmente para reforzar sus equivocadas creencias.
Por
otro lado, este reduccionismo y su consecuente falta de interés por los
demás, llevan a que este tipo de personas enfoquen sus esfuerzos más
hacia conocer y mantener lo existente que a mejorarlo, produciendo una
resistencia al cambio que se aleja de los intereses de los clientes y de
la propia empresa donde trabaja, aunque sea de su propiedad. Estas
personas se hacen expertos en la cultura y estructura empresariales
–las mayores autolimitaciones de las grandes empresas-: mentalidad,
normas, procedimientos, jerarquía, etc. y tratan de impedir cualquier
cambio que les lleve a tener que realizar un esfuerzo para hacer las
cosas de forma diferente; por tanto, son los mayores enemigos de la
innovación y el cambio en las grandes empresas.
Las
nuevas necesidades y preferencias, así como la tecnología, están
cambiando la naturaleza de la mayoría de los puestos de trabajo y, por
tanto, de los perfiles y competencias necesarios. Recientemente, algunas
empresas ya han adoptado esta visión y la han llevado a la práctica,
despidiendo a la mayoría de empleados, incluso directivos, mayores de
cuarenta años.
Una
buena forma de darse cuenta de la destrucción de valor de la
experiencia y las consecuentes estructuras burocráticas jerarquizadas
(acumulación de experiencia colectiva), es comparar el rendimiento de
cualquier gran empresa con el de los nuevos competidores (benchmarking).
Una baja rotación del personal, implica un bajo dinamismo de un sector
o que aquellos son reduccionistas, por tanto, poco valiosos, tanto para
la empresa como para el mercado; sin embargo, los pretendidos expertos
dicen lo contrario, mantienen ideas de la Era industrial.
El
conocimiento acumulado a través de la experiencia, tiene unas
consecuencias psicológicas negativas en la mayoría de las personas,
porque pone de manifiesto la diferencia entre la realidad percibida y la
realidad aprendida, es decir, nuestra propia visión de las cosas,
creando confusión, paradojas, contradicciones, ansiedad y estrés.
Las
personas, organizaciones y sociedades que cambian su pensamiento hacen
cosas distintas que les conducen al progreso.
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