Los límites de una mente
ejecutiva burocrática
La mente ejecutiva es la que hace que las cosas sucedan, aunque abunda
aquella que mantiene el sistema, aún siendo éste obsoleto.
Recientemente, en una reunión intelectual, un desconocido con un traje
de junior y unos 30 años afirmó tener “mente ejecutiva”, entre otras
cosas que ninguno entendimos. En su tercera intervención, repitió las
mismas palabras y tuvimos que guiarle para que se explicara. Para él, un
mando intermedio en una empresa multinacional, la mente ejecutiva es
aquella que “sabe cómo hacer para alcanzar los objetivos que le marca su
jefe”, sobre esta definición trata este artículo. Aunque es una
expresión poco científica y no se refiere al concepto más amplio de las
funciones ejecutivas de los lóbulos frontales del cerebro de los seres
humanos, deriva de ellas.
Primero voy a utilizar el contexto más amplio de “jefe” para después
descender hacia las cuestiones menos corporativas y más operativas.
Antes debo precisar que los jefes (autoridad) son propios de los ámbitos
institucionalizados y burocratizados, que están prácticamente definidos,
de la sociedad, los mercados y las organizaciones. Por tanto, siempre
hay jefes aunque éstos no siempre asuman sus responsabilidades, como
puso de manifiesto la crisis de 2007.
Estos ámbitos definidos quedan reflejados en las expectativas de sus
electores, agentes sociales, clientes, analistas de mercado, etc. y los
jefes empresariales las convierten en objetivos.
En el siglo 20, aprendimos que con el progreso queda obsoleto parte de
lo establecido, siendo una regla que afecta a: la cultura, la economía,
la sociedad y el individuo. También aprendimos que institucionalizar y
burocratizar un área proporciona a ésta un impulso inicial, pero tiende
a crear privilegios e intereses que van en contra de la misión de la
institución, por este motivo su objetivo principal es su supervivencia y
sus dirigentes defienden su cargo y privilegios asociados. Esta
situación, por un lado es decadente a la vez que produce una gran
resistencia al cambio que hace que perdure, puesto que, salvo los
innovadores, ninguna instancia toma decisiones radicales, de forma que
lo decadente perdura más de lo debido.
Precisamente, la mente ejecutiva no suele ir más allá de la información
que su cerebro puede gestionar de una forma consciente, es superficial,
sin la profundidad reflexiva, por eso tiene una creatividad limitada al
mencionado contexto y una alta inseguridad que le lleva a defender lo
existente. Utiliza un contexto de forma acrítica, como si no hubiera
alternativa, como si fuera perfecto y, por tanto, estático, o como si su
definición fuera responsabilidad exclusiva de instancias jerárquicamente
superiores aunque éstas no son, por definición, creativas a ese nivel
porque no son innovadoras; también necesitan un contexto definido.
Este tipo de mente ejecutiva es la más abundante entre los dirigentes de
las culturas, economías y sociedades más avanzadas, es decir, con una
mayor cantidad de sistemas estables y con un cierto nivel de autonomía,
descentralizados.
En resumen, las personas con “mente ejecutiva” son muy útiles y
necesarias para desarrollar contextos que han definido previamente los
innovadores, pero acaban convirtiéndose en los agentes de la decadencia.
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