Recientemente he leído un documento sobre la meritocracia en la
universidad española, un ámbito completamente burocrático, tanto
en sus dirigentes, como en sus académicos e investigadores. Su
falta de contacto con la realidad social y su falta de autocrítica
les lleva a considerarse meritocráticos, eso sí de unos méritos
que no son útiles para la sociedad.
En
general, cada vez que leo que una organización utiliza la
meritocracia me recuerda la falta de autoconciencia de los
burócratas. Las universidades y las administraciones públicas
suelen afirmar que son meritocráticas aunque los méritos para
ascender tienen poco que ver con sus clientes y mucho que ver con
la defensa de los intereses de sus organizaciones y de sus cargos,
es decir, son una mezcla de burocracias y de tecnocracias,
incluyendo a los investigadores.
La
meritocracia y la burocracia/tecnocracia son incompatibles, aunque
la mayoría de las organizaciones burocráticas suponen
incorrectamente que son meritocráticas.
La
innovación es la mayor contribución social. De los innovadores se
ocupa la Historia y las innovaciones conforman el progreso
colectivo que es necesario para el bienestar individual. Por
tanto, si el mayor mérito es la innovación, en un sistema
meritocrático, los innovadores deberían estar en la cúspide. Sin
embargo, son los burócratas quienes ocupan los cargos que,
generalmente, crearon los innovadores.
Los
cargos forman parte de los sistemas jerarquizados cuya
principal función consiste en mantener lo existente, lo
heredado, las reglas, especialmente las estructuras y los
privilegios inherentes. Por ello, la emprendeduría y la innovación
son sus enemigos, las amenazas para el statu quo.
La
meritocracia crea nuevas estructuras mientras la burocracia sólo
las mantiene o las modifica y, por eso, se centra en escoger
personas para ocupar los cargos existentes o para nuevos cargos.
En las burocracias es habitual que algunos cargos no tengan ningún
sentido, pero la inercia los mantiene.
Es
requisito imprescindible en la meritocracia priorizar el mercado
-ámbito social- destino de nuestra propuesta, mientras en las
burocracias la prioridad máxima es el mantenimiento del sistema,
sus estructuras, cargos y privilegios asociados.
Al
contrario que la burocracia, la meritocracia prioriza la
innovación, construir el futuro, frente al sostenimiento de lo
heredado o, en el mejor de los casos, su aprovechamiento
incrementalista (mejora continua sin cambios sustanciales). Por
ello, mientras la burocracia siempre es decadente, la meritocracia
proporciona progreso a las personas, a las organizaciones y a las
sociedades.
La mayoría de los dirigentes está
enfocada a los procesos en lugar de a su función social. Esta
falta de enfoque hacia la misión no permite comprender el
auténtico sentido de sus organizaciones y de su producto (bienes y
servicios). Esta falta de sentido profesional les impide ver o
comprender, las nuevas posibilidades y oportunidades que las
continuas innovaciones de otras personas en otros campos pueden
aportar a su trabajo. Se enfocan en los procesos, especialmente en
los funcionales: marketing... por eso están, habitualmente,
desfasados u obsoletos.
Por el contrario, la comprensión de
nuestras propuestas construye una visión sistémica abierta y
flexible, transversal a las funciones organizativas, que potencia
la creatividad constructiva y la percepción de las nuevas
posibilidades y riesgos, cambios y tendencias.
En los
últimos años ha habido un intenso trabajo para institucionalizar y
sistematizar la innovación y la mentalidad creativa. Es importante
el reconocimiento del valor de la creatividad constructiva, la
emprendeduría y la innovación, pero su inclusión en los procesos
empresariales hace que sea poco probable que funcione fuera de los
niveles más bajos y alejados de la estrategia.
Tal
vez los websites para comercializar ideas innovadoras, junto con
el venture capital, ampliamente difundido y fomentado por los
negocios de Internet, contribuyan a hacer sociedades más
meritocráticas y menos burocráticas porque la Gran Crisis de 2008,
junto con la desintegración de la URSS y la crisis del Estado de
Bienestar sueco, ambos en 1991, significaron el declive de las
burocracias.