La escala de prioridades de los intereses y de las motivaciones,
individuales y colectivas, dirigen la actividad humana.
A algunas personas les gusta hacer lo mejor posible su actividad
profesional, pero requieren
que otros les digan lo que tienen que hacer. Recordemos que
las teorías empresariales anteriores al management de Drucker
preconizaban que debía definirse completamente los procedimientos
de todos los procesos y de todos los puestos de trabajo. Incluso
en pleno siglo 21, algunas empresas medianas contratan consultoras
para realizar esa tarea. Sin duda,
algunas personas son más productivas con este
funcionamiento, especialmente para
las tareas más administrativas. Por el contrario, otros
prefieren conocer los objetivos y definir ellos mismos sus
actividades o incluso definir sus propios objetivos.
Según mi teoría de los talentos, algunas personas están altamente
motivadas por asuntos
internos de la empresa y otros por cuestiones externas, más
relacionadas con otras tecnologías, otros mercados o ideas
sustancialmente diferentes de las aceptadas en su empresa, pero
que podrían integrarse de alguna manera en su trabajo.
Para las personas motivadas por los asuntos internos -generalmente
burocráticos- su prioridad consiste en comprender el pasado de la
empresa, lo que
constituye la inercia presente de la empresa. Conforman el
colectivo de los incrementalistas cuya prioridad es la
transformación de lo existente mediante la mejora continua, pero
sin admitir cambios radicales o sustanciales; es decir, sin
innovación.
En cuanto a las motivaciones de unos y de otros, podemos destacar
varios objetivos: intelectuales, sentido de utilidad social, hacer
las cosas bien o los clásicos beneficios sociales de dinero, poder
y gloria -riqueza, poder y prestigio en términos actuales-, así
como una mezcla de varios de ellos. Las motivaciones intelectuales
están relacionadas con el aprendizaje, resolver retos, la
autosuperación o el crecimiento personal. No siempre están
presentes todos los objetivos mencionados por lo que este
colectivo incluye desde los considerados más altruistas hasta los
supuestamente más
egoístas o materialistas.
Conversando con algunos de estos emprendedores que tuvieron
grandes empresas como clientes, les pregunté si trabajarían en una
gran empresa y, en general, respondieron que no aceptarían cargos,
pero algunos si aceptarían si les ofrecían un proyecto -reto- que
les pareciera interesante.
Las motivaciones intrínsecas son necesarias para tener una alta
implicación profesional y para alcanzar grandes logros saltándose
las reglas establecidas, por eso las personas que las tienen no
suelen sentirse cómodos en las grandes empresas. Los emprendedores
e innovadores que priorizan su sentido de utilidad social, a
medida que van alcanzando cierta madurez profesional, cuando no
consideran razonables las condiciones que conforman las
motivaciones extrínsecas, éstas actúan como un desmotivador más.
Este es el motivo por el que las personas de este grupo -con
talentos no incrementalistas- terminan abandonando las grandes
empresas y, a veces, frustrados, también abandonan los retos
profesionales.
Por el contrario, las personas con un bajo nivel de motivaciones
intrínsecas buscan entornos completamente definidos, llenos de
reglas que eviten tomar decisiones y asumir riesgos. Precisamente,
la gestión del riesgo es una de las áreas de mayor actualidad en
el mundo de la gran empresa y el mayor riesgo consiste en que
personas sin un nivel suficiente de motivaciones intrínsecas tomen
decisiones que conlleven grandes cambios.
Estos principios básicos son útiles para elegir acertadamente
nuestras opciones profesionales y, de esa forma, eliminar las
posibilidades de frustración y ser valiosos para la sociedad y
para las empresas para las que trabajemos; para tener una vida -no
sólo profesional- orientada y con sentido. Igualmente, deben ser
considerados por los directivos y personas de recursos humanos
para adecuar los perfiles profesionales con las necesidades de la
empresa.